Como diría mi compañero de piso, “eso” que yo hablo no es castellano. Dice que las palabras las invento, que es imposible que exista un ser llamado guachimán, un condimento ají y que yo sea una cucufata. Y es que en cuestión de palabra nunca estuvo mejor dicho: tan cerca pero tan lejos.
Pero así como pensé que mi español era casi-casi universal, debo confesar que todo lo que yo sabía o creía saber de España encajaba en una sencilla ecuación aprendida y muchas veces extendida a nivel mundial: toro-tortilla-flamenco-turrón y Rafael Nadal. Pero como todo, y más cuando se trata de un país y de las personas, la ecuación fue una operación matemáticamente incorrecta e imprecisa, una fórmula arbitrariamente injusta que repasé y memoricé tres meses antes de llegar al sur de Madrid para estudiar una maestría.
Casi seis meses después sigo siendo Úrsula pero bajo la manga y en mi cabeza la ecuación es otra. Bajé la guardia, olvidé el escudo y me quité las gafas; dejé que mi español cruzará fronteras. Conocí y dejé que me conocieran.
No soy ni seré la misma luego de los autocares (combi, micro, bus), el curro (chamba), las gambas (langostinos), el albornoz (bata), la discoteca petada (a full, llena de gente), la cazadora (casaca), el ordenador (computadora), los guarros (cochinos), las empollonas (chanconas), las petardas (chinches) y las cañas (chelas). Ni mis compañeros – de piso y del master- serán los mismos después de escuchar tan frecuentemente el OK por el vale, el ustedes por vosotros, la laptop por portátil, el celular por móvil, el malogrado por estropeado y demás.
A por el español, en cada una de sus formas. Audaz, elástico, muchas veces indescifrable e interminable, pero sobre todo por dejarme ver más allá de lo que yo creía evidente. Porque en este repaso lingüístico y mental me he dado cuenta que gracias a mi aventura académica e idiomática he aprendido que muchas cosas que creemos inamovibles podrían convertirse en piedras en nuestro camino.
No creo que existan recetas perfectas para borrar de la noche a la mañana los estereotipos adquiridos, pero sí creo que debemos esforzarnos porque esas ecuaciones con las que sintetizamos a la gente, su cultura, su país, sus costumbres, su raza, su lengua; sean olvidadas.
Lo importante es no generalizar ni condicionar nuestras relaciones y actuaciones con los otros. Estoy segura de que al menos dieciocho personas hemos cambiado nuestra manera de ver y entender a los venezolanos, los peruanos, los turcos, los brasileros, los portugueses, los españoles, los salvadoreños… (y, para evitar que éstas sean nuevas etiquetas) mejor aún, dieciocho personas hemos conocido y disfrutado de Natalia, Lucía, Irem, Diana, Guillermo, Georgina, Juan, Sonia, Alexandra, Sergio, Tiago, José, Elaine, Fabio, Nerea, Silvia P. y Silvia F.
Como en la vida personal, en la profesional habrá momentos en que el patrón nos seducirá, será lo que tengamos más a la mano para: delegar tareas, entrevistar a un candidato, liderar un equipo, conversar con el jefe o un compañero. Creeremos saber cómo se habla, se escucha y se actúa con él o ella…, cuidado! No perdamos oportunidades de conocer gente y lugares memorables, porque nuestra vida también se define por oportunidades perdidas*.
Yo no soy una chica Almodóvar. Soy Úrsula, soy peruana y hoy después de veintinueve años me di cuenta que sabía muy poco de España.
Ursula Franco Block
Master en Dirección de Recursos Humanos
Universidad Carlos III de Madrid
Una pregunta al aire:
Y ustedes, qué estereotipo-país es el que más odian?
Para tener en cuenta:
Erin Brockovich: abajo los estereotipos
http://www.youtube.com/watch?v=9TjEklyF7-E&feature=related
La ignorancia está menos lejos de la verdad que el prejuicio.