miércoles, 1 de abril de 2009

Los amigos de mis amigas... ¿son mis amigos?

Vaya lío, si ya nos lo decían en nuestra tierna infancia los de Objetivo Birmania allá por los ´80, las relaciones interpersonales marcan nuestro día a día, y es que ¿quién no quiere caer bien?
Nuestra vida es relación, es crear vínculos y mantenerlos ya que la vida sólo tiene sentido cuando existen los demás, al igual que el arte sólo tiene sentido cuando puede ser observado o percibido de alguna manera por alguien. (Se que existen varias corrientes de pensamiento en este sentido, pero esta, al menos, es mi visión).

Vivimos en un entorno, personal y empresarial, donde ya no se habla de inteligencia (a secas), como habíamos entendido siempre, sino de “inteligencia emocional”. Y no es que antes no existiera, sino que ahora le hemos puesto nombre, bueno, lo hizo Golemman hace ya unos años. Ahora recuerdo cuando una de mis mejores amigas decía hace años “mi padre es inteligente, pero mi madre es lista” tal vez mi amiga ahora tuviera un poco más fácil describir las capacidades de sus padres. Recuerdo que insistía mucho en que su madre, sin tener educación superior, sin haber destacado nunca por una brillantez especial conseguía hacerse con las situaciones más difíciles, destacar en los grupos, movilizar a sus amigos, ser un referente y un apoyo, generar buenas impresiones, adaptarse a todos los públicos. Sin esfuerzo aparente dominaba el lenguaje no verbal, modulaba la entonación de su voz con destreza y conseguía un equilibrio personal y un dominio de sus emociones que, de alguna manera, influía en las reacciones de los demás.

Ahora que las compañías se vuelven más democráticas (afortunadamente), que se da tanta importancia a la comunicación y a los estilos directivos, las relaciones sociales cobran una tremenda importancia también en el ámbito profesional. A lo que antes se consideraba un sucio enchufe ahora se le da connotación positiva y se le llama red social, contactos, etc. Y volviendo al tema inicial, ese miedo social a ser aceptado, a no sentirse sólo, a llevarse bien con la gente (miedo tan extendido en España) ¿se traslada, entonces, a la compañía? Si, y siempre estuvo ahí. Lo que pasa es que ahora al haberle puesto nombre, al fomentar los procesos de selección capaces de identificar competencias, tendremos que adaptar el sistema, empezando, como no, por la educación. Si el mundo profesional ya no prima los conocimientos formales, habrá que educar en habilidades, y eso, amigos, hay que hacerlo desde la más tierna infancia.


Lucía Moreno.
Master RRHH

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